A pocos meses de consolidarse los cuarenta años de democracia, la contienda electoral y el contexto socioeconómico argentino ofrecen un doble desafío que conecta pasado, presente y futuro. El primero es desmentir un mito muy extendido: que la Argentina lleva cuatro décadas estancada. La segunda, más mixta: reconfigurar el diagnóstico para que la estrategia de largo plazo apoye el desarrollo social, económico, productivo y federal del país.

El trabajo reciente de los economistas Mariano De Miguel y Fabián D’Amico del Instituto de Estadística de los Trabajadores (UMET, CGT y CTA) se preocupa por desentrañar el primero de estos desafíos. En el libro «Cuarenta años de democracia: ¿cuarenta años de estancamiento?», los autores sugieren que para superar los dilemas del desarrollo argentino, primero se debe visualizar que la dinámica de las variables clave que presentan las oscilaciones están lejos de mostrar el estancamiento como invariante. durante el período histórico examinado. Trece de estos cuarenta años (2003-2015) no pueden caracterizarse como estancamiento y/o deterioro.

La trayectoria histórica de este análisis muestra que durante las siete fases, solo el período 2003-2015 muestra dinámicas de mejora en todas las variables de ponderación para considerar qué tan cerca o lejos está Argentina del proceso de desarrollo. Los avances en dimensiones como el PIB per cápita, la inversión, el empleo, los salarios, la distribución del ingreso y el dinamismo industrial son signos demasiado obvios para confundirlos con generalizaciones de supuesto estancamiento de extremo a extremo.

Frente a la evidencia, comienza a surgir un segundo desafío. Si se desmiente el mito del estancamiento constante, el diagnóstico mutará y cambiarán las coordenadas que serán estrellas en el futuro. La crítica deja entonces de ser un monólogo sobre la tragedia del estancamiento y se convierte en un debate cuyo centro de gravedad es una estrategia para consolidar y mantener los logros alcanzados en el tiempo. Al no seguir este camino, caímos repetidamente en recetas que profundizaban las obligaciones de cada Estado en particular.

¿Cuál es el mayor peligro este año electoral? De modo que el debate se desarrolla en torno a premisas basadas en la falacia del estancamiento. La secuencia lógica de estas consideraciones -y con la evidencia histórica que se puede corroborar en el cuadro anterior- supone que la Argentina deberá regresar del hombro que ya los llevó al vacío. Quien ofrece este menú trae dos puñales debajo de su poncho. Una es la fase de invisibilidad, que es lo opuesto al deterioro, y que incluye logros muy importantes. En segundo lugar, sacar del radar la verdad biográfica: que las prescripciones ortodoxas que se proponen como soluciones solo potencian aquello que pretenden combatir.

Y no menos en detalle: donde los postulados de la ortodoxia se consideran infalibles (mayor inversión), se hace evidente su ineficacia. Con la tasa de inversión cayendo del 10,4 % al 8,5 % durante el gobierno de Cambiemos -mientras que en los trece años anteriores la variable había subido del 7,8 % al 10,4 %-, la historia reciente muestra una línea clara desde la que debatir fuera del corsé mitológico.

La confusión a través del análisis sesgado, concluyendo como equivalentes distintos procesos políticos y económicos, impide la proyección de un debate honesto y profundo. Por supuesto, todos los proyectos de los países en desarrollo representan claroscuros. Por lo tanto, es crucial evitar el maniqueísmo y mirar a la historia reciente para aprender de ella. Sobre sus aciertos y errores. El mito de cuarenta años de estancamiento es un subproducto de la carga que impone el germen de la decadencia nacional al 17 de octubre. Quienes pretenden homogeneizar los caminos de la historia buscan ocultar la responsabilidad de los fracasos, fracasos y también las desviaciones de las ideas, programas y valores que propugnaron cuando orientaron los destinos del país.

Además de la responsabilidad por los errores y aciertos del pasado antes mencionados, el contexto de Argentina y la disputa electoral nos brinda la oportunidad de avanzar en un consenso transversal para el futuro. Que la Argentina puede y sabe revertir los efectos del estancamiento y el deterioro. Y lo más importante, lo logró mejorando la inversión, la producción y la creación de empleo. Ante los desafíos que se avecinan, la autocrítica debe centrarse en los determinantes que no han permitido estos avances desde hace mucho más de trece años. Los siguientes cuarenta años nos plantearon la cuestión del desarrollo. La respuesta fue parte de nuestra historia, tenemos la oportunidad de convertirla en el futuro.