Se acaba de publicar el Índice de Inflación Alimentaria de la FAO para América Latina:

Venezuela lidera con 110,4%. Es un histórico importador de alimentos, situación que se está revirtiendo rápida y exitosamente gracias al bloqueo.

Le sigue Argentina con un 86,6%, vendedor neto de materias primas con fines alimentarios. Exportamos todo, todo lo que comemos: trigo, soja, maíz, frijol, lenteja, ajo, cebolla, carne y mucho más. Hemos establecido un récord histórico en exportaciones y tenemos un 40% de pobreza y una inflación altísima. ¿Está claro que el modelo no está funcionando correctamente? Sin embargo, ni siquiera piensan en debatir la posibilidad de cambio. Al contrario: ¡proponen profundizarlo!

El país con la inflación de alimentos más baja del continente es Bolivia con 2,2%. Allí, la autosuficiencia alimentaria es un valor tangible, no solo un discurso sobre lo que se necesita lograr.

El precio de los alimentos es un factor clave en la estabilidad democrática a nivel mundial; y es una herramienta central en la distribución del suministro. El gobierno peronista tiene su supervivencia política ligada al bienestar de los sectores populares. Alimentos y salarios son inseparables y esenciales para una buena salud electoral.

El debate sobre la producción y los precios de los alimentos en Argentina está dominado por supuestos falsos promovidos por voceros interesados ​​del agronegocio monopólico. Para estos grupos, los parámetros se reducen a volumen, producción y exportación. Crean las «partes» invisibles que son fundamentales para comprender el «todo». ¿Cuál es? Hay algunos esenciales que nunca entran en discusión: concentración de la tierra, ingresos y producción, medio ambiente, deforestación, arraigo, migración rural, logística, puertos, etc. tema. Otra gran ausencia en el debate es el impacto del acuerdo con el FMI en los precios de los alimentos.

A ver: El 4 de junio hubo una reunión sobre soberanía en Rosario. Albina Albides, productora hortofrutícola del cinturón verde de La Plata, integrante de ASOMA (Asociación de Apiladores y Afines) y de la Federación Nacional de Campesinos disertó en el panel sobre soberanía alimentaria. Albina produce verduras que vende a través de mayoristas que le pagan lo que quiere. Tiene que arrendar el terreno donde siembra y por el cual paga $40.000 por hectárea. El área mínima para vivienda familiar es de 2.5 hectáreas, o $100,000 por mes; y no te dejan hacer una casa de material, tienen que vivir en cuadrados de chapa y plástico. Es irracional e inexplicable que en Argentina no se puedan garantizar tierras para la producción local de alimentos. Y aún más inexplicablemente, el campo nacional y popular no lo pone en la agenda.

La otra cara de Albina es la producción hortícola megaconcentrada; integrada verticalmente, con una posición dominante en el mercado. Un ejemplo de esta forma de producción es Hijos de Salvador Muñoz: una empresa salteña que cultiva 28.700 hectáreas (a diferencia de Albina). Esta empresa siembra 24.000 hectáreas de frijol (para exportación) y las complementa con ganadería. También planta unas 1.700 hectáreas de pimientos, tomates, calabazas, berenjenas, lechugas, etc.

«La participación de la empresa en el mercado argentino de chile enlatado alcanza más del 70% y es líder absoluto en todos los segmentos; ya sea para consumo en el hogar con marcas propias y de terceros así como a través del canal foodservice. Los pimientos y tomates «enlatados» se venden en latas de marca propia y «marca blanca» a clientes mayoristas locales para atender el consumo minorista y el canal de servicio de alimentos. (Sitio de Field Bugs; 6/3/2023). Nótese el concepto: «líder absoluto en todos los segmentos» y el 70% del mercado del pimiento. Además, exporta a 15 países, lo que le permite elegir a dónde van sus productos en función del precio. «Parece» dominante, ¿verdad?

Ahora bien, si sube la pimienta, ¿no tiene nada que ver este monopolio? Pero agreguemos un «detalle» más, nada menos: de Embarcación (Salta) a CABA son 1.386 km, un día y medio de viaje. Los pimientos y otros productos deben recorrer esta ruta para llegar a su destino, todo en camiones. Tal ruta encarecerá el producto en aproximadamente un 30%. El 50% de esta logística es en dólares. Cada vez que se devalúa, de acuerdo con los requisitos del acuerdo con el FMI, va al precio de los alimentos. A esto hay que sumar pasivos ocultos que nunca se calculan: costes medioambientales, accidentes de tráfico, mantenimiento de rutas, etc.

Latifundio, destrucción de la finca mixta, producción sin productor, integración vertical, dominación, deforestación, devastación ambiental, migración rural y cambio de producción a la siembra de soja y pavimentaciones. Es un modelo productivo dominante instalado en el mercado desde la década de los noventa. Todo está mal con esta forma de producir alimentos. Y el precio que pagan los consumidores es la confirmación última del desequilibrio productivo que sufrimos.

Argentina necesita renegociar su modelo agrícola. Hay tres preguntas que la política debe responder en este asunto:

1. ¿Quién es la entidad que produce los alimentos? Esto se puede hacer de dos formas: con Albina o con los hijos de Salvador Muñoz. En cuanto a Albina, se necesita más Estado y más recursos. Si es con segundos, no te quejes de los precios.

2. ¿Dónde se fabrican? O los pequeños productores tienen garantizado el acceso a la tierra y se mudan a la producción cercana, incluidas las fincas mixtas, o continúan migrando productivamente como lo hacen hoy, con viajes y alimentos costosos.

3. ¿Cómo se produce? O se va por un modelo agroecológico, amigable con el medio ambiente y la salud, o se va por este camino de producción industrial con uso de pesticidas.

Necesitamos cambiar la forma en que producimos alimentos. Cuanto más nos demoremos, más pagaremos el costo político. Cambias cuando tomas la decisión política de cambiar; la implementación del cambio entonces toma tiempo por razones políticas o biológicas. No es soplar y hacer botellas. Pero si se puede hacer, se puede hacer.

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